TennisAid- el lado solidario del tenis
TennisAid- el lado solidario del tenis: el cuarto día en Uganda
Comienzo el día demasiado temprano. Julius, el dueño de la casa donde nos alojamos, tiene una clase a las 6am y por eso es que se despierta a las 5 y al escuchar sus movimientos, me despierto también para ya no volver a dormirme. Abel sigue dormido y yo me quedo en la cama pensando en todo lo que estamos experimentando.
A las 8’30 nos preparamos para salir, como un par de rebanadas de pan con el Nutella que compramos en el Super el primer día y sin nada para beber, salimos. 45′ caminando que se nos pasan muy rápido. Paramos en una de las muchas gasolineras que hay y bebo una Sprite para desayunar. No hay otra cosa Llegamos al campo y otra vez están entrenando a fútbol, me resulta llamativo pero algunos jugadores nos saludan al llegar. No somos extraños, nos consideran buenos visitantes, algo muy típico de la gente de Uganda.
Poco a poco los chicos comienzan a bajar el camino que va desde el colegio al campo. Algunos van bajando las raquetas, redes, los tubos para los postes y el carrito del carbón para marcar las líneas. Se toman su tiempo pero van armando las pistas. El método es muy primitivo. Poner unos cables atados a los postes de las redes y clavarlos en la tierra con una piedra.
Hacemos un juego con ellos, no entienden bien las reglas pero nos arreglamos para que se diviertan. Nuevamente dividimos el grupo y uno va con Abel mientras que el otro se queda conmigo. Intentamos que no hagan filas siempre tal como están acostumbrados (son más de 40 en total) y si las hacen buscamos que los juegos tengan ritmo. Se nos pasan las dos horas programadas para hoy muy rápidamente.
Y nos damos cuenta que el momento va a llegar y tendremos que enfrentarlo. Comienzan las despedidas y empiezan a complicarse las cosas para nosotros. Nos hacemos fotos y videos con los chicos, cada uno de nosotros busca a sus alumnos favoritos. A uno de los chicos (Edward, de carácter tranquilo y sonrisa noble) le obsequio la camiseta de Boca Juniors que pertenecía a mi hijo.
Busco a Siyama, una de las más pequeñas. El lunes en medio de la clase tropezó con uno de los cables que sostienen las redes y se dió un golpe muy fuerte en una rodilla. Durante casi una hora estuvo al margen del grupo sentada en una piedra con signos de dolor. Cada tanto me acercaba y le preguntaba si estaba bien y apenas me respondía. Hasta que luego de un buen rato la convencí de que se sumara al grupo y así lo hizo, aún con dolor en su rodilla. Pero cuanto más pasaban los minutos, notaba que sus gestos dejaban de ser distantes y comenzaba a sonreirme, lo cual tomé como un pequeño triunfo personal.
Volviendo a su despedida, luego de hacernos una foto a la que se sumaron más nenes, le regalo mi pulsera rosa de #TennisAid y todos se abalanzan sobre ella. Por suerte los convenzo de que solo tengo una para regalar y esa es para ella.
Siyama no deja de abrazarme y yo estoy con lágrimas en los ojos y me cuesta hablar. Hasta que tomando aire le digo al oído: «Tu eres especial, jamás lo olvides, porque yo nunca te voy a olvidar». Tan solo un minuto después, mientras los demás nenes nos preguntan si volveremos algún día a visitarlos, mientras nos piden nuestros números de teléfono y nos dan cualquier pedazo de papel que encuentran en el suelo, Siyama se acerca y me dice: «This is my pencil, for you!»
Juro que por el resto de mi vida voy a conservar ese pequeño lápiz como un tesoro personal. Pero eso me parte en dos.
Comienzo a tomar nota de un par de nombres para recordarlos para siempre y de pronto me encuentro rodeado de una treintena de chicos que me deletrean los suyos. Por supuesto tomo nota de cada uno de ellos.
Pasan los minutos y finalmente comenzamos a salir del campo y caminamos rumbo a la calle. Abel y yo vamos en silencio y separados por varios metros. Salgo primero y detrás mío viene Vincent, que no se da cuenta de que en ese momento no estamos para mantener una conversación. Abel se queda sentado en la puerta del campo y yo lo veo desde unos 20 metros de distancia. Lo ideal hubiera sido estar allí solos, separados y desahogando todas nuestras emociones, pero Vincent sigue hablándome de los chicos y lo duro que es despedirlos, pero yo no tengo fuerzas para hacerle entender que en ese momento justo, lo mejor sería que el marchase adelante y nos dejara un momento solos.
No sé como junto fuerzas para mantener esta charla con él. Hasta que Abel se une a nosotros y emprendemos el viaje de vuelta. Resulta muy extraño que unos 5′ antes de que llegaramos al Hotel Kabira y mientras sorteamos el tráfico caótico de Kampala, comienza a llover. Puede sonar cursi pero como si el cielo y nuestros ojos estuvieran en sintonía.
Pedimos algo de comer, nos quedamos allí haciendo tiempo para llegar a las 3 a Ntinda y contestando los cientos de mensajes que nos llegan por todas las vías posibles. No dejamos de sorprendernos de la avalancha de mensajes tan hermosos que recibimos.
3pm y ya estamos en la escuela de chicos sordos. Nos avisan que Iván, el maestro que ayuda en las clases de tenis no está (luego nos enteraríamos que había nacido su primer hijo), por lo que tenemos que arreglarnos con nuestro propio lengüaje de señas. Poco a poco los chicos se van sumando. Para sorpresa nuestra la red ya está montada. Solo debemos comenzar la actividad. Hoy haremos juegos relacionados al Saque (de abajo, no hay espacio para que hagan un Saque normal) y las direcciones. La clase va bien, pese a que no tenemos a Iván para dar instrucciones al grupo.
Nuevamente el hermanito pequeño de Leticia se mete por el medio y por lo muy cabezón que es, hacemos toda la clase con él por el medio.
Su padre lo ve desde un lado de la pista, se ve que es gente educada y humilde y hacemos bromas sobre el peque.
En todo momento pienso que mañana, en nuestro último día allí me despediré de su hija con mucho dolor. Leticia tiene imán y no puedo evitar emocionarme al verla.
Acabamos la clase y ante la ausencia de Iván, los chicos se saltan un poco su rutina, traen una pelota de fútbol y nos invitan a jugar. Es asombroso como pueden correr a máxima velocidad en chanclas y dominar la pelota tan bien. En teoría Danniel nos vendría a buscar en su moto pero al no estar a tiempo nos vamos para casa, ya que yo tenía la llave. Buscamos el portátil de Abel, ropa para ducharnos y volvemos a Kabira.
No hay manera, pero en todo momento buscamos aislarnos y los recuerdos nos vuelven a pegar en la frente. Es imposible no emocionarse. Para colmo, por nuestra bendita costumbre de mirar el móvil a cada rato, las fotos de «nuestros» chicos vuelven a darnos otro golpe en la cara.
Estamos cansados y sin ganas de salir a cenar por lo que nos quedamos allí pese a que es caro y pedimos el menú. No se para qué lo miro porque siempre pido el Chicken Sandwich. Se suma Julius a nosotros y mientras Abel cuelga el video del día anterior y comienza a bajar los videos de hoy desde el iPhone y las GoPro (si, lo sabemos, mucha tecnología para un ámbito como el de Kampala) le explico a Julius como organizar la Liga de Tenis entre colegios.
Hablamos de formatos, reglamentos, montaje de las pistas, etc. Una parte más de la colaboración que vinimos a prestar a Jouvin. Se hace tarde y volvemos a casa. Mañana último día en esta hermosa ciudad.
No quiero ni pensar lo que va a ser volver al campo de fútbol. Porque allí haremos la última sesión con los chicos de East Kololo y también vamos a pasarla mal, pero desde arriba de la loma, los chicos de Shimoni nos verán y nos saludarán y será un doble shock. Claro que para hacerlo todo aun más fuerte, iremos a Ntinda a hacer nuestra última aparición allí. Despedida de Leticia y los chicos más mágicos que yo haya conocido. Porque aparte esa Escuela, con lo humilde que es, es un monumento a la belleza más simple.
Y al final de todo, la despedida de los coaches que tan bien nos han recibido.
A dormir, a ver si la garganta resiste las próximas 24 horas.
Por: Martin Rocca Coco (@10martinrocca)
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