
Desde que se creó el tenis en el siglo XVIII, las pelotas eran de color blancas o negras y estaban formadas por un núcleo de goma encerrado por tela “meltón”, tejida y de fieltro.
En la década del 70, la ITF introdujo el cambio de tonalidad a las bolas. No fue una medida inmediata, sino que se fue instaurando lentamente a partir de 1972. Esto se debió al auge de la televisión a color.
El cambio a amarillo tardó hasta 14 años en instaurarse en algunos campeonatos. Los organizadores de Wimbledon se mostraban en contra de la medida porque no se respetaba a la tradición blanca del torneo.
Mientras que las transmisiones televisivas se hacían en blanco y negro, los espectadores no tenían ningún problema en distinguirla. Con la aparición del color empezaron las múltiples quejas ya que costaba distinguir el recorrido de la pelota durante los partidos.
Se llevó a cabo una investigación para dar con el tono correcto. El resultado fue el amarillo óptico, que se mantiene hasta la actualidad.