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Desde que Cuba y Estados Unidos reabrieron sus relaciones diplomáticas –tras 55 años- en diciembre de 2014, el mundo esperaba por ver el impacto que generaría sobre todo en la vida de los cubanos. Una sociedad que, sumado a su régimen político, vive a un ritmo diferente al de otros países, en general.
En ese tiempo, se produjeron algunos hechos que, quizás no suenen tan sorprendentes, pero que en Cuba no acostumbraban a pasar. Desde la visita del presidente de los Estados Unidos; el ingreso de aerolíneas americanas a la isla; un concierto de The Rolling Stones; o el arribo de compañías multinacionales.
Pero, por su relación con uno de los países más influyentes del mundo, se esperaba que el impacto trascienda aspectos políticos, comerciales, o económicos; incluso al deporte; una las cosas de las que pueden presumir los cubanos en su historia, con grandes rendimientos en Juegos Olímpicos, o su hegemonía en disciplinas como el vóley, béisbol, boxeo, judo, o atletismo.
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Sin embargo, el estado socialista que se erigió desde 1959 –con Fidel Castro en primer lugar, y su hermano Hugo en la actualidad- había llevado sus políticas comunistas estrictamente, atentando contra deportes como el golf, que dejó de practicarse totalmente en todo el país; y claro, el tenis. La etiqueta de “deporte elitista” desafiaba los principios de sus políticas, por lo que el Estado dejó de invertir en ellos.
Las nuevas relaciones con Estados Unidos, le abren a Cuba las puertas a nuevas oportunidades para germinar nuevamente el deporte blanco. El primer paso lo dio Kids on the Ball, una ONG estadounidense que trabaja en el desarrollo del tenis, y que acaba de instalar en La Habana su programa de aprendizaje, como el que lleva adelante desde el 2000 en Burlington, Vermonth, EEUU.